Track 27: Okupado
Okupado
Cuando llegué al barrio del Pabellón todo era de una inmensidad inapreciable. Para jugar un fútbol de 11 bastaba con bajar las escaleras. El espacio entre monoblocks nos representaba un Maracaná de cabotaje: lugares por todos lados, el área rival allá lejos y un arquero a quien –si eras defensor contrario– ni siquiera llegabas a verle la cara. En Navidad, el saludar vecinos era una costumbre que podía llevarnos unas tres horas. Recorrer los bailongos de cada edificio nos llevaba el resto.
20
años después, las zonas libres se han abreviado considerablemente. Tanto que
pasear a mi perro se complica entre tanta edificación suplementaria, tanto
tráfico vehicular, tantas generaciones amuchadas en torno a porro y birra de
oferta, cuando no al amigo tetrabrick.
Algunos
confunden a este avance con el progreso inminente, el amor a la familia o el
sentido de pertenencia. A mí, doña, me parece que es una descarada e ilegal
invasión.
Pero
cada año es más preocupante.
Esta
noche, por ejemplo, para saludar a mi flamante vecino apenas si tengo que
correr la cortina que separa mi comedor en dos. Su gorda familia se ha
instalado esta mañana. Mientras ceno con mi hija, los espío entre agujeros: la
señora ha cocinado fideos sin tuco y hay vino tinto y jugo claro sobre la mesa
armada entre tablón y caballetes.
“¿Quiénes
son, papi?”, pregunta mi nena. Le pido que tome su sopa, que haga como ellos.
Pero yo no puedo. Detrás del cortinado, los escucho masticando plenos,
satisfechos, acaso felices por habernos usurpado la parte de adelante. Justo
esa que da al pasillo, a la escalera mejor.
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