Track 30: OBD
Obdulio no podía
saber que, luego de devolverlo a su casa, su padre caminaba cuadras enteras sin
olvidarlo. Y que más tarde, en una esquina y a una hora habitual, tomaba un
taxi, que manejaba una mujer, y que su padre le contaba, a esta mujer, lo que
había pensado de él, de Obdulio, mientras lo veía comer hamburguesas y lo
escuchaba contarle lo bien que le iba viviendo con su madre.
Y Obdulio no podía
saber que su padre, hecho un nudo de dolor, se apretaba a esa mujer que
manejaba un taxi y que lo llevaba a su departamento, el de ella, y lo invitaba
a desahogarse entre sus piernas.
Pero Obdulio tampoco
podía saber que su madre, cuando Obdulio estaba con su padre, comiendo
hamburguesas y contándole lo bien que se llevaba con su madre, ella, como buena
madre, no podía olvidarlo. Y ella, la buena madre de Obdulio, bajaba a la calle
y se metía en un bar. Y sentada a la mesa de hombres o mujeres, lloraba su
pena. Y esos hombres o mujeres la invitaban a su madre a irse con ellos, con
ellas, y se ofrecían a aliviarle el dolor metiéndose entre sus piernas.
Pero como un día
todo se sabe, un día todo esto lo supo Obdulio. Supo que su padre y su madre se
lo prestaban a suerte y a horas, y con su excusa y en su nombre se sumergían en
una ciudad cómplice, y en medio de su naufragio se dedicaban a dejarse amar.
Obdulio, un día, supo
todo esto. Y su dolor creció con él. Pero a diferencia de su padre, de su
madre, él ya no pudo olvidar. Tal vez porque Obdulio no tomaba taxis ni bajaba
a bares, ni tenía alguien del otro lado que deseara soportarle la pena,
mientras esta se hacía grande.
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