Track 25: En esos rincones, yo
Hay un dato estremecedor: en el Infierno siempre se vuelve. De manera que, aunque nos transcurran altos lapsos de olvido, nuestro trabajo ha de tener in aeternum un nuevo capítulo. Como para estar a tono con nuestro estado de pésimo ánimo, les arrimamos este escrito apresurado de López Marán. Esta especie de miserere que -en verdad- genera ganas de llorar, no solo por el despropósito de las letras, si no también por la idea de libertad perdida, por el eterno retorno al castigo. ¿Pero no es ese el desatino de todo demonio?
En
esos rincones, yo
De
súbito, me entraron esas ganas de llorar que ya no recordaba. Fui a buscar ese lugar
oscuro y privado donde solía soltarlo todo. Desde lejos, ya se escuchaban los
gemidos, los lamentos y los misereres. Los había de todo bando y de toda edad.
Los ayes y los por qué a mí arreciaban hasta el aturdimiento. Ya más cerca, cabeceé
hacia mi rincón: gente oscura y de rodillas lo atestaban. Semejaba un recital
de tristeza.
Llegué a mi sitio. Lo descubrí clausurado por cadenas. Un par de pibas me interrumpió el paso. Necesita pagar su entrada, me dijeron mientras lloraban una en el hombro de la otra. Las miré a los ojos. A ambas. Arrasadas por las lágrimas no mostraban –sin embargo– pena alguna.
Entonces supe que también a la íntima agonía la habían convertido en negocio. Y mi dinero no era suficiente para saciarme la pena. Crispé los nudillos y, camino a casa, me las agarré a puños y patadas contra un cartel.
Al instante llegaron los oficiales. Tuve que pagar el arancel correspondiente y hasta me dieron cambio. Porque en estos tiempos nefastos, la violencia es más accesible que el dolor.
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