Track 24: Desequilibrante, en extremo

¡Maldito, Independiente! Ya cuando pensábamos que el Oscuro nos había olvidado y se había enredado en otras maldiciones de cotilleo, el negro presente del Diablo Rojo lo ha hecho añorar tiempos más diabólicos. Y como todos saben -aunque a nadie interese salvo a ellos dos y a miles de fanes más- tanto el Oscuro como nuestro nefasto narrador son correligionarios de la misma escuadra. Es por eso que se nos ha vuelto a castigar con la búsqueda de alguna firma gloriosa y endemoniada que el tal Marangoni haya estampado en su modesto archivo. He aquí uno, a nuestro Jefe le gusta. Y nos castiga doble. El relato, bueno. Saquen conclusiones.


Desequilibrante, en extremo

 

En el sueño, se me aparecía Daniel Garnero, aquel 10 de Independiente que me enseñó –como nadie– a gambetear con el cuerpo, a desairar rivales y enemigos sin tocar la pelota.

En el sueño, yo estaba en la esquina del Tanque. Esperaba el 110 o el 104 en compañía de mi novia, una chica que hasta hoy en la vigilia jamás llegué a conocer. Ella parecía estar enojada, se le notaba la ofensa que a menudo produce la tristeza del final. Nos solazaba el silencio y la fingida indiferencia. En algún momento oscurecía y desde Paysandú al sur, el Diez rojo se acercaba a saludarnos y me pedía un cigarrillo. Mientras se lo encendía, en las penumbras de la tarde brillaba aún más su camiseta de Diablo. Y yo no sabía qué hacer. Pero mi chica me quería, se le notaba el cariño, y tironeando de mi buzo me sugería que le pidiera un autógrafo. De su campera de jean sacaba una figurita, de esas adhesivas, una que tuve por mucho tiempo pegada a mi carpeta de Historia y Civilización II. Cómo ahora la tenés vos, pensaba decirle. Pero el Dany me sacaba de dudas, me llamaba aparte y me decía, mientras me mostraba un papel y la miraba de reojo, me decía:

—Agarrá y leele esto, Poli. Así funciona.

En seguida, me daba un abrazo y se subía a un auto sin marcas ni señas, que yo –cabeceando ansioso– creía notar que manejaba el Palomo Usuriaga. Entonces me ponía a llorar y mi novia, de quien ni siquiera sospechaba su nombre, se acercaba a consolarme. Incapaz de leer o de decir nada, yo le daba el papel. Ella lo leía. Y luego me besaba la boca, con esa dulzura que solo la oniria sabe inventar para nosotros.

El auto, el Tanque, el beso ardiente: todo se disolvía a continuación. Dejaba apenas un saludo de bocinas y una mueca dormida, como de plena risa que a veces vuelve en forma de ovación.

No sé qué decía esa carta, ya no tengo esa figurita, aquella novia no existe y el Palomo ya nos ha dejado hace mucho, como en un vuelo de golazo final.

Pero el Dany sabía. Eso de gambetear problemas o rivales.



 


 

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