Track 20: Gancedo, en este rincón

Tiempos como estos no se andan con respiros. Como nunca, estamos inmersos en desbaratar al mundo con todas las plagas que a nuestro Oscuro don se le ocurre. Es el laburo principal. Pero como acá no hay descansos, hoy volvemos con este improbable experimento del infausto Marán. ¿Nadie le ha dicho que esto ya se ha escrito? ¿Y que lo han hecho mejor? No había que esforzarse tanto, tampoco. Así es esto. Un recreo de campana en do.


Gancedo, en este rincón

 

No era habitual verlo a Gancedo convocado por el arte pugilístico. Si bien en su vejez había sido frecuente de los grandes cuadriláteros, ahora que empezaba a volverse un joven amateur y que sus fuerzas musculares habían aumentado, no parecía muy conveniente que anduviese entrenando con tanto empeño, haciendo bailes de sombra y solos de sparring tan temerarios. Aburría hasta el fanatismo merecido cada intercambio de brazos largos; y cada mordedura de lona consolidaba el sello de su decadencia triunfal. Menos se prodigaba en su guardia, menos se imponía en su ataque, más público lo silenciaba de pie, cuando no lo abucheaba extasiado.

Fue aquél su instante de menor esplendor.

Sin embargo, nada pasa de moda. El éxito suele encapricharse con nuestra pelea inédita. Un gran debut jamás es justo ni merecido. Nunca lo dijimos, pero pecamos de pacientes: Le rechazamos cada uno de sus mánagers, por una cuestión de bolsas fabulosas. Y eso estaba muy mal. No sabíamos que en todos los finales de asalto, en cada tintineo de campana, en cada toalla no arrojada, siempre se origina lo mejor.

Gancedo dejó de pelear un día en que le prohibieron el acceso a los gimnasios del under: Ya estaba muy chico para boxear. Hoy se pierde la vida a nuestro lado, en el ring–coliseo de su padre Malavena, el que cerró ahí nomás, en la calle Balboa, por una cuestión de polleras criminales. Y nosotros vamos a cinchar por él. Y nos enorgullece verlo atontar bolsas de arena y árbitros de sogas flojas. Gancedo es nuestra estrella caída, nuestra promesa olvidada y nuestra menor sensación. Un gran futuro parece cerrarse en su pasado. Todo está hecho y en ruinas. Aunque su carrera recién esté comenzando, si es que no la ha perdido ya.

Y nosotros quietos, noqueados, como si la vida no nos iniciara la temida cuenta de 10. Como si al principio, el jurado del tiempo no hubiese empezado, unánime, a fallar.

                                                                                          Julio Lavallén



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