Track 19: Sueño de un alfil

Se termina el verano, se termina febrero, se termina el mundo. Lo que nunca desaparece es este trabajo inverosímil, propio de un infierno mayor que el que acá soportamos. El infierno sempiterno de López Marán. He aquí otra agonía suya hecha letras, una guerra personal que nunca debió librar, que siempre terminó por cobrar. Y nosotros mudos, quietos, viéndolo hecho derrumbe y resignación.


Sueño de un alfil

 

Tal vez sin proponértelo, te hallas metido en este infausto ajedrez. Si a alguno has de culpar es a la soberbia de tu boca. Alguna vez fuiste el mejor rey en la tierra y en el mar. Pero el tiempo te va pasando, si es que ya no te ha dejado muy atrás. Sin embargo tú te juegas la vanidad en un juego simple, pues crees que nada te puede ser complejo. Tu rival —yo lo sé porque así lo he soñado—, tu contrincante es uno de esos dioses chuscos que, sin embargo, se toman las partidas en serio. Y su codicia es voraz.

Tu bella reina ha divulgado —acaso sin medir consecuencias—, les ha dicho a algunos que te has convertido en un incauto, un irresponsable en cualquier juego de estrategia y evolución. Todos sabemos que lo que una reina pronuncia llega primero al oído de un dios. Y tú lo sabías. Y acaso por no contradecirla, por ese amor que le profesas, tan solo por eso has aceptado esta guerra que no puedes ganar.

Eres un rey endeble. Y ya es tarde para ti. Pues ya no escuchas lo que sueño. Con liviandad, ya delante de aquel dios rival, has anunciado a tu ejército blanco, los has presentado y luego los desparramas al voleo. Los mandas lejos, inconexos, temerarios. Con tremenda impericia, vas sacrificando peones, abandonando caballos, descuidando torres, todos a su suerte. Lo sé porque lo he soñado. Y con mi hermano hemos intentado advertirte. Somos tus más fieles alfiles, mi hermano derecho y yo. Pero hasta a él has mandado a una muerte tan predecible como inútil. Me duele su caída, como las de todo los demás. Pero yo sigo quieto. Y te estoy soñando. Sé lo que va a pasar.

En un momento, el dios rival te ha mirado con sorna primero, con cansancio después, como quien soporta la vergüenza ajena. Como si dudara una trampa en tu patente ineptitud. Pero no hay nada, sino impericia e inocencia. Tus piezas van cediendo, una por una, a su apetito fatal. Eres un rey viejo. Tu reino va a caducar. No puede ser de otra manera. Yo lo sueño así: cuando el inmortal se harte de tu liviandad, serás el fin. Aunque ahora te proponga un arreglo. Porque todos los dioses, sean de la calaña que sean, muestran en algún momento un tinte de misericordia. Pero tú –en el colmo del orgullo– niegas cualquier trueque animoso y –en el colmo del delirio místico– le apuestas todos tus futuros, incluso el más inverosímil, el más tentador.

Te pido para luchar, para morir en combate antes que en esta inmovilidad oracular. Mas tú piensas que mi sueño te favorecerá. Y me pides que siga velando por ti. Pero yo he visto la verdad. Te la dije en sueños, te la cuento en la vigilia. En una resolución casi matemática: tus comarcas están siendo saqueadas, vaciadas, dadas vuelta hasta el delirio o hasta el hartazgo. Solo el sonido marcial de la caída acompaña el proceso entero. Luego, no existe la vuelta atrás.

Ya tu reino, te lo dije, está quebrado y en llamas. Solo perros y mendigos protegen tus murallas. Tu hermosa reina está de rodillas, entre los muslos de un dios enajenado y cruel. Tus hombres más nobles no tienen ya pellejo. Solo quedo yo. Pero ya estás solo tú. Ahora que estás en ruinas, y que el dios chusco te reclama con avidez, comprendes que el único modo de desactivar su ira es entregándote, inclinando tu corona de espinas y exiliándote a otras tierras baldías. Estás acabado. Y qué te queda, sino alejarte abandonándolo todo, ignorando el desastre, callando la boca, tapando los oídos, sin mirar atrás.

Ya ha tiempo de eso. Estoy en una celda y aquí he de terminar mis días. Y en las noches te sueño. Y sé que desde aquella partida perdida, desde entonces caminas. Solo. En la quietud de sombríos senderos, sé que te espera –allá muy lejos–, te espera un valle pantanoso, un frío de bestias, un interrogante agudo. Lo sé porque lo he soñado. Y te he visto viejo y muy lejos, ahí en donde el amanecer espanta lo que las penumbras no se atreven a ocultar.

Pero tú sigues sentado ante el tablero. Y tu derrota es una agonía atroz.


 

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