Track ∞: D10S y el Diablo, en ese mismo hotel
Casualmente, en este recreo que nos
otorgó el Oscuro, nos topamos con una marca de infortunio que hace que,
siquiera por hoy, logremos empatizar con nuestro artista de marras. No habrá
sido sencillo digerir la chance perdida de conocer al otro D10S. Por eso, nos
tomamos el atrevimiento de publicarlo por aquí.
Uno
se queda pensando: por qué no regresamos al día siguiente. Y lo peor del caso
es que jamás habrá respuesta alguna.
Maradona siempre fue –más
aún en aquellos tiempos– mi mayor promesa por conocer. Y alguna vez lo tuve a
mano, cuando llegó a nuestra fantasma ciudad como técnico del Deportivo
Mandiyú.
Me lo comentó un amigo
el mismo día que llegó a Corrientes. Las voces y los medios andaban diciendo –me
dijo el amigo– que el Pelusa estaría hospedado en el Hostal del Pinar, ese ya
desaparecido hotel cerca del puerto. Vamos, nos dijimos. Buscamos una pelota,
una foto del 86, una fibra gorda. Y allá fuimos, con la esperanza en guardia y el
enigma de lo extraordinario montados en nuestras bicicletas de media carrera.
Eran algo así como las
7 en la tarde. Con ese amigo –que como ese hotel hoy es apenas un recuerdo– estábamos
ahí afuera cabeceando y apostados, esperando el momento de verlo, de ver al
Diego en vivo por primera vez. Pero el tiempo pasaba y nada pasaba. ¿Seguro estará
acá?, le pregunté a mi amigo, algo cansado. Sí pue, boludo. No ves pa toda esta
gente, me respondió con simpleza. Por ahí son otros boludos como nosotros, le
dije de pronto contrariado. Me sentía medio pavote de estar ahí parado, pelota
en mano, esperando como un pibito a su Rey Mago.
Pero aún esperábamos.
Y el tiempo seguía pasando. Era esa expectativa larga como de espera en
recital, cuando uno se la pasa aplaudiendo, tarareando canciones, distrayéndose
con cualquier suceso lateral. Hasta que de súbito sale la banda y todo explota.
Así fue cuando Maradona
bajó a sentarse en algún lugar del hall.
Ahí está, dijo uno. Es el Diego, dijo uno. Qué grande, dijo uno. Y otro dijo: Barrilete
cósmico. «De qué planeta viniste», completé yo mentalmente. En simultáneo, hubo
un movimiento como de maremoto y pronto miles de cabezas se amucharon en
oleadas contra la vidriera del hotel. Un tumulto de esos que solo los elegidos
promueven, aún sin proponérselo. Y ese tumulto me llevó puesto, me sacudió como
muñeco al viento. Y me vi tragado por la mano del Diablo, que busca alejarte de
esos detalles que mejoran el alma. Entre empujones, pies pisados y gritos
alcancé a ver algún rulo, un puño en alto y una camisa que mi memoria asegura
blanca. Intenté mantener la postura, pero ya era imposible. De pronto, ahí
afuera contra el vidrio y allá adentro en el hall había tanta gente, que
en un acto de superación y de supervivencia le dije a mi amigo "Che, esto
es un quilombo. Vamos nomás. Lo vemos otro día".
Ese otro día jamás
llegó.
Es lo que sucede
cuando somos jóvenes, nos creemos inmortales y que el tiempo está a nuestro
favor. Y así nos vamos pasando. Hasta que un día nos damos cuenta de que ya estamos
entrando en los tiempos de descuento, cerca del pitazo final.
Hoy que empiezo a
perder por goleada y que cada vez me adicionan menos minutos, siento que fui
parte de una historia que me pasó muy lejos. Que al final el Diablo me ganó la
mano. Y eso me duele tanto como me sigue doliendo que D10S ya no volverá a esta
absurda provincia. Ni a ningún tiempo–lugar.
No quiero dramatizar,
pero creeme que me cortaron las piernas, dijo el 10 un día. Y yo le creo.
Porque a mí al recordar esa chance perdida, y luego de este triste final,
siento que a mí me cortaron el alma.
Ya no habrá otra
chance. La magia se terminó.
Usted se ha ido, don
Maradona. Y nosotros, los comunes, tan solo nos quedamos. Si pudiera recobrar
aquella tarde, seguro esperaría hasta el final. Y acaso cuando todos y cada uno
de sus fieles se hubiese ido con el alma saciada de magia, yo me acercaría
entonces. Y le pasaría tímidamente un papelito con algo que escribí horas
después de su viaje infinito. Y sería de nuevo aquel pibe de 20. Y vería que
usted, don Maradona, recibiría mi intento de poesía, y me sonreiría ancho y me
revolvería los pelos de la cabeza. Y yo sabría entonces que ya nunca iría a
llegar tarde, que al menos aquella historia no me quedaría tan lejos, que D10s
me ayudó a torcerle el brazo al Diablo. Y muchos años después, al recordarlo en
ese hotel que ya no existe, me sentiría satisfecho de haberlo conocido en vivo,
don Maradona. Y de haberle entregado en mano, en un encuentro que ya no
existirá, este homenaje sin tiempo ni espacio, a manera de oración.
"Allá va Diego. Dejando atrás
a tanto inglés.
No traten de pararlo,
de doblarlo, de vencerlo.
Es imposible.
Solo vean la realidad:
Cuando Maradona corre, la muerte no existe.
El Guardián lo sabe.
Los Dioses lo saben.
Lo sabe el Adversario.
Porque él es Maradona
y es todos ellos y todos nosotros.
Juntos, viéndolo
avanzar.
Y allá va Diego.
Es un D10S de los nuestros"
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