Track 3: En estado de celebridad
Curiosamente, nos topamos con este delirio de nuestro autor de marras. Según eruditos del abismo, fue publicado no hace mucho por Ediciones Perro Gris (www.edicionesperrogris.com) hace menos de un mes, lo que nos hace sospechar del verdadero alcance y movidas de este tipo. Creemos que nuestra compilación será infinita, como nuestro castigo. Como sea, acá va el relato.
Estado celebridad
Pensaba yo en frases adecuadas para responder. Pero
antes de que pudiese emitir palabra alguna, los más impulsivos se deslizaban en
mi cama, se acostaban a mis flancos y tanto se apretujaban a mi alrededor, que
sus cabezas se prensaban a la mía, causando agudo dolor. Y las sábanas breves
que cada noche gustaba de tirarme encima, me eran disputadas con fervorosa
fuerza. Otros, sentados en los extremos, se divertían tironeando de cada uno de
mis dedos de pie, encarnizándose con los precarios meñiques. Los demás, ya
instalados en el dormitorio, no esperaron para servirse los manjares y licores
que yo guardaba con celo en mi placard y debajo de mi cama, y lo hacían con
desmesura propia de buitre o de hiena. Trabajaban a destajo y ya ni porción de
torta negra se visualizaba. Era tarde para enarbolar excusa alguna, de modo que
fingí simpatía y halago, mientras pugnaba por levantarme y acaso mudarme el
camisón por alguna prenda menos vergonzosa.
En ese instante, invadieron los insectos. Por
ventanas, mosaicos, puertas y zócalos se presentaban como enumerándose en
ejército tenebroso: arañas de doce patas, cangrejos que eran también dos
escorpiones, moscas sin alas de hormiga, mariposas de doble gusano, cucarachas
con venenosas antenas venían todos a mi encuentro, batiendo un pánico sordo que
a nadie más sino a mí parecía inquietar. No soporté ese desaire y con un clamor
de palmas me declaré en estado de sitio, de auxilio y celebridad.
« ¡Cuidado! ¡Ya vienen! ¡No se muestren!»
Entonces todos rieron, y de sus bocas brotaron cabezas
de lobo o de perro, en chillidos de mandíbula abierta. Y en sus fauces de túnel
se generaban a su vez otras cabezas humanas, de las que asomaban más cabezas de
bestia, en constante repetición. Y yo gritaba, a los saltos descalzos. Me
pisaba los pies y gritaba, mientras me preocupaba también por agradecer los
saludos tardíos de otras sombras que ingresaban a mi cuarto, ya sin esperar
invitación. Y yo gritaba, y aun sufriendo por miedo y dolor, aún aguardaba por
algún regalo, un mínimo presente entre tantos presentes. Pero tampoco esta vez
habría obsequios para mí, más que este castigo macizo y de ojos apretados como
en pesadilla, como en herida pasada que no terminaba de cauterizar. Y ya estaba
viejo y cansado como para esperar por otra celebración. De modo que decidí terminarlo
todo. Me abracé a mi canción de cuna, alcé la copa rebosante de lombrices y sin
limpiarla ni cargarla de nada, brindé ante cada uno de mis fantasmas:
« ¡Por un pasado de aquellos! ¡Salud!»
Mi cuarto desbordaba, como cuando aún no ha llegado nadie.
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