Track 3: En estado de celebridad

Curiosamente, nos topamos con este delirio de nuestro autor de marras. Según eruditos del abismo, fue publicado no hace mucho por Ediciones Perro Gris (www.edicionesperrogris.com) hace menos de un mes, lo que nos hace sospechar del verdadero alcance y movidas de este tipo. Creemos que nuestra compilación será infinita, como nuestro castigo. Como sea, acá va el relato. 


Estado celebridad

 De pronto, unos cantos a mansalva anunciaron mi cumpleaños número XL. Yo no había dormido casi y una algarabía de media mañana me alertó de aquella turba en mi habitación. A orillas de mi almohada, se apretaban y se confundían traidores e indeseables con amigos y familiares. No me sorprendió que los más efusivos a la hora de las congratulaciones y los buenos augurios fuesen los desconocidos, que también los había y de a montones.

Pensaba yo en frases adecuadas para responder. Pero antes de que pudiese emitir palabra alguna, los más impulsivos se deslizaban en mi cama, se acostaban a mis flancos y tanto se apretujaban a mi alrededor, que sus cabezas se prensaban a la mía, causando agudo dolor. Y las sábanas breves que cada noche gustaba de tirarme encima, me eran disputadas con fervorosa fuerza. Otros, sentados en los extremos, se divertían tironeando de cada uno de mis dedos de pie, encarnizándose con los precarios meñiques. Los demás, ya instalados en el dormitorio, no esperaron para servirse los manjares y licores que yo guardaba con celo en mi placard y debajo de mi cama, y lo hacían con desmesura propia de buitre o de hiena. Trabajaban a destajo y ya ni porción de torta negra se visualizaba. Era tarde para enarbolar excusa alguna, de modo que fingí simpatía y halago, mientras pugnaba por levantarme y acaso mudarme el camisón por alguna prenda menos vergonzosa.

En ese instante, invadieron los insectos. Por ventanas, mosaicos, puertas y zócalos se presentaban como enumerándose en ejército tenebroso: arañas de doce patas, cangrejos que eran también dos escorpiones, moscas sin alas de hormiga, mariposas de doble gusano, cucarachas con venenosas antenas venían todos a mi encuentro, batiendo un pánico sordo que a nadie más sino a mí parecía inquietar. No soporté ese desaire y con un clamor de palmas me declaré en estado de sitio, de auxilio y celebridad.

« ¡Cuidado! ¡Ya vienen! ¡No se muestren!»

Entonces todos rieron, y de sus bocas brotaron cabezas de lobo o de perro, en chillidos de mandíbula abierta. Y en sus fauces de túnel se generaban a su vez otras cabezas humanas, de las que asomaban más cabezas de bestia, en constante repetición. Y yo gritaba, a los saltos descalzos. Me pisaba los pies y gritaba, mientras me preocupaba también por agradecer los saludos tardíos de otras sombras que ingresaban a mi cuarto, ya sin esperar invitación. Y yo gritaba, y aun sufriendo por miedo y dolor, aún aguardaba por algún regalo, un mínimo presente entre tantos presentes. Pero tampoco esta vez habría obsequios para mí, más que este castigo macizo y de ojos apretados como en pesadilla, como en herida pasada que no terminaba de cauterizar. Y ya estaba viejo y cansado como para esperar por otra celebración. De modo que decidí terminarlo todo. Me abracé a mi canción de cuna, alcé la copa rebosante de lombrices y sin limpiarla ni cargarla de nada, brindé ante cada uno de mis fantasmas:

« ¡Por un pasado de aquellos! ¡Salud!»

Mi cuarto desbordaba, como cuando aún no ha llegado nadie.





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